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viernes, 24 de febrero de 2012

Día 34: Vos valés mucho, que no se te olvide.

Esta tarde, mientras hacía cola para abordar el transporte colectivo, escuché a dos jovencitos que platicaban y al analizar lo que uno de ellos dijo, me prometí  que lo comentaría en el blog. Eran una señorita de unos diez y nueve años y un muchacho de unos veintiuno. El comenzó a contarle a ella que hacía poco había tenido que asistir en lugar de su jefe a una reunión de la Asociación de Gerentes de Recursos Humanos, y que se había sentido fuera de lugar porque en primer lugar no iba trajeado y, además, “solo había grandes licenciados y ese tipo de gente y pues no tenía nada de qué hablar con ellos…”. Esa manera de pensar del jovencito me hizo recordar que una de las razones por la cuáles no alcanzamos la plenitud ni la felicidad es porque nos sentimos menos frente a otros, o bien porque nos sentimos mucho. No en balde los budistas afirman que siempre hay que encontrar el justo medio. En el caso de ese muchacho que escuché, me hizo pensar en que durante mucho tiempo yo tuve esa manera de pensar. Creía que los títulos o el dinero hacían a la gente más especial o mejor que yo. Era evidente que mi autoestima no se encontraba en su mejor nivel. Además, cuando esa gente me hablaba siempre los trataba de “usted” aunque ellos me trataran de “vos”.  También, me cortaba. Creía que no tenía una vida tan interesante y sofisticada como la de ellos y que en consecuencia no sería nada atractivo lo que yo dijera. Yo mismo construí un muro alrededor de mí, y aunque quería relacionarme me estaba alejando por sentirme menos (lo mismo pasa con quienes se sienten superiores. La forma de actuar es distinta pero las consecuencias son iguales). Con el correr de los años me gradué de la universidad y ya era parte de esa élite que, en un país como el nuestro, tiene la gran ventaja de concluir sus estudios superiores. Sin embargo, no había cambiado nada en mí. Ahora que estoy por comenzar el último año de la maestría, sigo siendo el mismo, no ha variado nada en mí. Sé más,quizá, pero porque me apasiona aprender, pero fuera de eso, soy una persona. Algunas veces cuando voy al banco que queda cerca de la oficina o hay gente que me conoce muy superficialmente no me llaman por mi nombre sino me dicen “licenciado”. Pero sigo siendo la misma persona que antes pensaba que era menos y que ahora ya no cree eso. Lo importante aquí es que comprendás que toda la gente, sea que tenga muchos títulos o tenga mucho dinero, siempre es gente, y seguramente lo que más les va a atraer de vos, no es lo que tengás o aparentés, sino más bien tu esencia. Ese muchacho que escuché en la tarde, quizá habría sido muy interesante para los otros asistentes de la reunión, si se hubiera atrevido a hablar de él, en verdad. Pero por sentirse menos, perdió la oportunidad de conocer gente. Vivió un momento infeliz en lugar de uno dichoso, solo por sentirse menos. En el libro “El hombre que calculaba” hay una cita del poeta Omar Kayyan, que dice que todos los humanos somos la biblioteca de Dios. A mí que me gusta leer, me encanta pensar que soy un libro en un anaquel, esperando que alguien me lea. Un libro es útil solo si es leído. Yo considero que seré útil si comparto con otros, si logro que me lean. Lo importante, es que reconozcás que no sos menos ni mas. Sos un libro que enriquece la biblioteca, y aunque seas un jovencito en una reunión de ejecutivos, quizá tu juventud y la forma en que ves la vida sea muy interesante para otros que quizá ya olvidaron cómo se siente ser nuevo. Hacé la prueba, la siguiente vez que conozcás a alguien, te vas a sorprender de lo fascinante que podés llegar a ser, si tan solo sos vos mismo. Y como dice mi amigo Freddy: auuu!!!!

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