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lunes, 24 de diciembre de 2012

Día 93: Ser íntegro el último paso hacia la plenitud. (Gracias por haber sido parte de este proyecto).

El 25 de diciembre de 2011 me propuse escribir este blog. Hoy cumplo 1 año con él y es un buen momento para cerrar el ciclo. Esto no significa que vaya a dejar de escribir o que el proyecto de felicidad y plenitud concluyó. No. Porque como dice un adagio “la felicidad no es una meta, es una forma de vivir”. Durante este tiempo he compartido con ustedes mucho de mí y de mi forma de ver y entender el mundo. He podido sentir que mientras escribo, existo y el recibir sus comentarios he confirmado esa certeza. El último de mis 11 pasos para alcanzar la plenitud es “Ser íntegro”. Hace varios años, conocí a un amigo que usaba mucho el término integridad y conforme lo fui conociendo me percaté de que no sabía el significado de esa palabra. Un día, en el puerto de Sipacate, conversamos sobre el tema y le expliqué que la mejor definición de una persona íntegra es aquella que actúa de acuerdo a lo que piensa y dice. En consecuencia ser íntegro significa poner en práctica lo que se dice y lo que se cree. En la vida, la mejor forma de pronunciar discursos es sin decir una sola palabra. Es por medio de las acciones. Los padres forman a sus hijos no con los sermones sino con el ejemplo que ellos ven todos los días. Lo que quiero decir es que si creemos que es necesario planificar, hay que hacerlo y con eso lograremos que otros planifiquen. Si consideramos que la mejor forma de vivir es teniendo fe y amando a los demás, es indispensable que nosotros tengamos fe y amemos a lo demás, reflejándolo. Ser íntegro es el último paso porque significa llevar a la vida real los otros 11 pasos, significa ser consecuente con los buenos deseos. Al iniciar el año 2012, por medio de este proyecto me propuse muchas metas (en la entrada número 6 del sábado 31 de diciembre puse delante de mí las siguientes metas: bajar 25 libras de peso, terminar la maestría con un promedio de por lo menos 90 puntos, conocer la ciudad de Nueva York, sonreírle a un desconocido por lo menos una vez al día,  seguir escribiendo el blog y conocer nuevas personas por medio de él, terminar un libro y publicarlo a finales de 2012, deshacerme de las deudas, y nadar todos los fines de semana a partir de febrero. Al momento, me doy cuenta de que hice varios de ellos pero muchos otros se quedaron en propósitos. No bajé 25 libras, pero durante el año bajé y subí y me quedé en un promedio como estaba a finales de 2011. Terminé la maestría con un promedio de 92. No pude conocer Nueva York porque no tuve el dinero ni el tiempo para hacerlo, pero al menos salí del país en septiembre y tuve un bendecido viaje. Sí he sonreído a la gente y me he maravillado de que siempre recibí una sonrisa como respuesta. El hecho de estar con esta entrada da fe de que seguí escribiendo el blog y también tuve la oportunidad de conocer a personas que me manifestaron su entusiasmo con este proyecto y otros más me contaron que en momentos justos leyeron algo que necesitaban (gracias a Dios por eso). No escribí el libro que quería. No me deshice de las deudas de la manera que quería, voy saliendo, pero aún tengo algunas. No regresé a nadar. Lo que no hice son tareas pendientes para el siguiente ciclo. Espero que ahora sí tenga la entereza de cumplirlas. No obstante al hacer el balance del año, mientras me tomo un té de almendras acompañado de una rebanada de rosca vienesa, puedo decir que soy un hombre feliz. No tengo todo lo que quisiera, pero amo lo que tengo. No me siento completo aún, pero amo el desafío que representa el alcanzar mis metas. A veces he caído mal y hasta pesado he parecido porque soy muy directo cuando hablo. Pero trato de que mis palabras sean congruentes con mis actos. Hoy termino un año del blog. Doy gracias a quienes me leyeron y a quienes me siguieron. Nuestro Proyecto 2012 termina. Pero un nuevo proyecto se avecina 2013 es nuestro proyecto. Y como dice mi amigo Freddy: auuu!!!

domingo, 23 de diciembre de 2012

Día 92: Reir, enamorarse y vivir (Parte 2)

Las fechas de fin de año generalmente son asumidas por las personas de diferentes formas. Algunos, los que somos creyentes, tendemos a darle una visión muy espiritual. Otros, los que no son tan religiosos, lo ven como un pretexto para renovar lazos o para compartir con los amigos y la familia. De cualquier manera hay un ambiente en el que la gente se quiere ver, quiere hablar, tiene ganas de desearle buenas cosas a sus semejantes. Eso me hizo pensar en lo que fue publicado en la revista dominical de un periódico guatemalteco, una frase atribuida al editor Hamilton Wrigth Mabi “bendita sea la fecha que une a todo el mundo en una conspiración de amor”. Y es que casi todos buscamos la finalización del ciclo del año para decirles a los que amamos cuán importantes son para nosotros. Desafortunadamente el consumismo ha hecho que una gran mayoría se dedique a gastar desenfrenadamente y a deprimirse o a emborracharse. Lo mejor de esta época es justamente reencontrarse. Hay varios amigos míos que durante estas fechas se van a los Estados Unidos para reencontrarse con sus familiares y muchos otros vuelven a sus pueblos en el interior para pasar en la paz de sus hogares las fiestas. Lo cierto del caso es que estas situaciones nos dejan darle sentido a la vida y a lo que verdaderamente vale. Es cierto que las cosas bonitas (como la moda o los vehículos) son hermosas pero con creces son superados por los momentos memorables. La vida es una colección de momentos entrañables. En mi entrada anterior decía que Reír y enamorarse eran requisitos indispensables para que la vida tuviera sentido, pero también lo es el hecho de vivir. Pareciera raro hablar de eso porque se presupone (en el sentido frío de la palabra) que por el hecho de estar en este mundo y respirar ya estamos viviendo, pero eso es parcialmente cierto, si se ve desde una perspectiva más amplia porque vivir no solo es respirar, es también compartir esa respiración con los nuestros, es atreverse a hacer lo que queremos hacer sin dañarnos ni dañar a otros, es regalar las flores que desde hace tiempo deseamos dar, es cantar en la calle sin temor a que se nos queden viendo, es ver el amanecer y tomar de la mano a la persona amada, es sacarle una carcajada a nuestra madre, o una afectuosa mirada a nuestro padre. Vivir es abrazar a la gente que es importante en tu vida, es llorar cuando se tienen ganas y vaciar el alma. Vivir es la suma de las risas inocentes y el amor expresado en tu vida. Para llegar a ser plenos no podemos dejar escapar los momentos pequeños con los que amamos. SI nuestra vida se convierte en un cofre lleno de hermosos recuerdos, en los momentos más difíciles podemos recurrir a ellos para encontrar fortaleza. No se trata solo de respirar, se trata de que cada momento sea espectacular. No sabemos cuántos momentos tendremos disponibles en nuestras vidas, por eso es tan importante exprimirlos al máximo. En esta penúltima entrada de mi blog te invito a reír, a enamorarte, a vivir la vida, y no morirla. Y como dice mi amigo Freddy: auuuu!!!

martes, 18 de diciembre de 2012

Día 91: Reír, Enamorarse y Vivir (penúltimo paso -1-)

Dentro de su vasta obra, el poeta guatemalteco Otto René Castillo escribió el poema “Solo queremos ser humanos”, quizá el más recordado después del celebrado “Vámonos Patria a caminar”. Luego, Fernando López lo musicalizó y creó una de las canciones más hermosas que he escuchado en la vida. La parte final del poema de Castillo inspira el penúltimo de los pasos que considero necesarios para alcanzar la plenitud. La última estrofa del poema reza: “…aquí solo queremos ser humanos,/ comer, reír, enamorarse, vivir/ vivir la vida, no morirla…”. En cada día es importante por lo menos reír una vez en la jornada. De hecho leí hace poco que en la Universidad de Stanford hicieron un estudio del que se desprende que las personas que ríen mucho tienen altas probabilidades de no desarrollar afecciones cardíacas. Si agregamos que se ejercitan la mayor cantidad de músculos faciales lo que consecuentemente desacelera el proceso de expresiones por la edad. Tenemos suficientes razones médicas para reír. Dejando por un lado esas situaciones tan frías, el hecho de reír sueltamente es tan liberador y te hace sentir tan bien. Además de que contagiás a los demás. Cuando nos reímos dejamos que el resto de los seres que están alrededor nuestro conozcan lo mejor de nosotros. Esa es una de las partes más fundamentales. Incluso, recuerdo que cuando yo era niño, todavía muchos velatorios de difuntos se hacían en las casas, y era costumbre que en la noche previa al funeral, los hombres que acudían al velorio jugaban cartas y luego contaban chistes, y sacaban la risa incluso de los deudos. En los momentos en los que hay mucha tensión, he aprendido que hacer una broma a tiempo es mucho mejor que un discurso motivacional de mil palabras. Reírse de uno mismo es sin duda alguna la mejor medicina contra la vergüenza y desasosiego. Otra de las razones que hacen que valga la pena vivir es enamorarse. En mi vida he tenido la suerte de hacerlo 3 veces. De manera profunda. Cada relación en su tiempo ha sido espectacular. Cada una ha terminado por razones diversas. Pero el hecho de saber que amé y fui amado, me dan la certeza de poder decir con total autoridad “eso ha hecho que valga la pena vivir”. El 8 de enero de 2012, terminé de leer el libro “El Prisionero del Cielo” de Carlos Ruiz Zafón, y recuerdo que lloré de emoción al leer el último párrafo del libro. De hecho, tengo la costumbre de subrayar mis libros o de hacerles anotaciones y en ese lugar escribí la fecha (por eso puedo decirla con exactitud) y escribí al margen la palabra “hermoso”.  En el libro, uno de los personajes principales y más pintorescos se casa con la mujer de sus sueños, y entonces el narrador dice lo siguiente “Al ver aquel día a mi amigo besar a la mujer que quería se me ocurrió pensar que aquel momento, aquel instante robado al tiempo y a Dios, valía todos los días de miseria que nos habían conducido hasta allí y otros tantos que seguro que nos esperaban al salir de regreso a la vida, y que todo cuanto era decente y limpio y puro en este mundo y todo por lo que merecía la pena seguir respirando estaba en aquellos labios, en aquellas manos y en la mirada de aquellos dos afortunados que, supe, estarían juntos hasta el final de sus vidas” Esa creo que es la mejor y más hermosa descripción del enamoramiento que he leído. Y la razón por la que me conmueve tanto es porque me hace recordar el beso que marcó mi existencia y viví hace ya 10 años. Es uno de esos momentos que quedan grabados en la memoria y que persisten al paso del tiempo y que cada vez que pasa por tu mente te saca una sonrisa. Además, estar enamorado es científicamente saludable porque genera secreciones que estimulan el sentirse pleno. Hay muchas personas que por diversos y respetables motivos no sonríen ni se enamoran. Hay quienes tienen amargura. Pero eso les hace perder el tiempo. Pasar un día sin sonreír o pasar una vida sin haberse enamorado al menos una vez es el equivalente a usar un cubierto de plata para cavar un hoyo en la tierra (¡simplemente no tiene sentido!). En la siguiente entrada seguiré con este tema. El penúltimo de los 11 pasos de la felicidad y la plenitud. Tengo que escribir pronto porque el 25 de diciembre cumplo 1 año de este blog y termino el proyecto (al menos en su forma actual). Mientras tanto, como dice mi amigo Freddy: auuuu!!!!

lunes, 10 de diciembre de 2012

Día 90: No perder la capacidad de Asombrarme (2)

Los acertijos y los problemas me llaman mucho la atención aunque no soy precisamente una autoridad en eso ni mucho menos. Hoy, un compañero de trabajo se acercó a mi oficina y dibujó en la pizarra que tengo un problema que me pareció interesante. No es la primera vez que Alberto hace eso, pero este problema particularmente da la apariencia de ser muy sencillo, como las cosas más complejas, y aunque pasé algún tiempo tratando de resolverlo, no lo logré. Lo dejé ahí, tarde o temprano tendré que resolverlo, y si me desespero tendré que pedirle a Alberto que me enseñe la solución. Eso sucede en mi caso, esos juegos intelectuales son los que más me asombran y cuando finalmente encuentro la solución o me la dicen puede suceder que me ría tanto por lo fácil del asunto o me enoje conmigo mismo por no ser tan “lógico”. Creo que mientras siga viviendo (y espero que sean muchos años) habrá muchas situaciones como estas que me asombrarán. Cuando digo que para mantener un paso firme hacia la felicidad no hay que perder la capacidad de asombro quiero decir con otras palabras, mantener el niño que está dentro de nosotros. Recuerdo que hace muchos años vi la película “mi encuentro conmigo mismo” protagonizada por Bruce Willis, donde él se encuentra con su yo niño y pasa muchas aventuras con él porque en su adultez había tratado de olvidar el muchacho que fue y las limitaciones que tuvo. Al principio lo trató mal, pero conforme va transcurriendo la película llega a aceptarlo y a amarlo. De pronto, cuando se da eso, desaparece el niño, y finalmente logra aceptarse él mismo con su pasado, su presente y la posibilidad de su futuro. No perder esa capacidad de asombro es reconocer que no sabemos todo, que la vida y el mundo tienen muchas cosas qué darnos. Recuerdo que uno de los poemas que más me gustan de Marlon Francisco López lleva dentro de sus estrofas los siguientes versos: “adéntrate/ porque en tierra firme/ aún hay mucho por descubrir…” Estoy seguro que cualquier adulto que considere que ya no tiene nada qué aprender o que ya no encontrará nada que le asombre, es alguien que sin duda está respirando, pero seguro no está viviendo, porque la posibilidad de encontrar retos, nuevas formas de ver las cosas o de sorprenderse simplemente, le dan un maravilloso toque a la vida. En el caso del personaje de Bruce Willis en la película que mencioné, él era un exitoso empresario de la imagen que tenía todo a su favor: una excelente carrera, una intachable reputación, propiedades y tranquilidad, pero en el fondo no tenía plenitud a pesar de todo eso, porque había ocultado su pasado, porque se avergonzaba de sus orígenes. Pero al encontrarse cara a cara con quien fue, logró ver el mundo con los ojos de un niño, con inocencia, a veces con temor infundado, y otras con alegría ilógica. Pudo por un momento no tomarse tan en serio a sí mismo y pudo sentir el sabor de la vida como no lo había hecho antes. No digo que todo el tiempo debemos comportarnos como niños o que debemos ser ingenuos de por vida. Pero si afirmo que no siempre debemos ser serios o cuadrados. La vida ofrece tantas figuras geométricas que es un desperdicio quedarse dentro del cuadrado. Quizá hace mucho que no experimentamos la sensación que un paisaje da, o bien somos tan intelectuales que nos lo creemos. Hagamos la prueba de dejar un problema en la pizarra y pensemos en él. No tiene nada de malo no saber algo. Al contrario, es una oportunidad tremenda de aprender y de sorprender a otros. No dejés que la formalidad te robe momentos mágicos. La vida es corta, y al final de cuentas lo que más se atesora son los buenos momentos. Date un chance y reviví la capacidad de asombrarte como un niño. Sin duda tus ojos te enseñarán a ver desde otra perspectiva. Y como dice mi amigo Freddy: Auuuu!!!