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lunes, 24 de diciembre de 2012

Día 93: Ser íntegro el último paso hacia la plenitud. (Gracias por haber sido parte de este proyecto).

El 25 de diciembre de 2011 me propuse escribir este blog. Hoy cumplo 1 año con él y es un buen momento para cerrar el ciclo. Esto no significa que vaya a dejar de escribir o que el proyecto de felicidad y plenitud concluyó. No. Porque como dice un adagio “la felicidad no es una meta, es una forma de vivir”. Durante este tiempo he compartido con ustedes mucho de mí y de mi forma de ver y entender el mundo. He podido sentir que mientras escribo, existo y el recibir sus comentarios he confirmado esa certeza. El último de mis 11 pasos para alcanzar la plenitud es “Ser íntegro”. Hace varios años, conocí a un amigo que usaba mucho el término integridad y conforme lo fui conociendo me percaté de que no sabía el significado de esa palabra. Un día, en el puerto de Sipacate, conversamos sobre el tema y le expliqué que la mejor definición de una persona íntegra es aquella que actúa de acuerdo a lo que piensa y dice. En consecuencia ser íntegro significa poner en práctica lo que se dice y lo que se cree. En la vida, la mejor forma de pronunciar discursos es sin decir una sola palabra. Es por medio de las acciones. Los padres forman a sus hijos no con los sermones sino con el ejemplo que ellos ven todos los días. Lo que quiero decir es que si creemos que es necesario planificar, hay que hacerlo y con eso lograremos que otros planifiquen. Si consideramos que la mejor forma de vivir es teniendo fe y amando a los demás, es indispensable que nosotros tengamos fe y amemos a lo demás, reflejándolo. Ser íntegro es el último paso porque significa llevar a la vida real los otros 11 pasos, significa ser consecuente con los buenos deseos. Al iniciar el año 2012, por medio de este proyecto me propuse muchas metas (en la entrada número 6 del sábado 31 de diciembre puse delante de mí las siguientes metas: bajar 25 libras de peso, terminar la maestría con un promedio de por lo menos 90 puntos, conocer la ciudad de Nueva York, sonreírle a un desconocido por lo menos una vez al día,  seguir escribiendo el blog y conocer nuevas personas por medio de él, terminar un libro y publicarlo a finales de 2012, deshacerme de las deudas, y nadar todos los fines de semana a partir de febrero. Al momento, me doy cuenta de que hice varios de ellos pero muchos otros se quedaron en propósitos. No bajé 25 libras, pero durante el año bajé y subí y me quedé en un promedio como estaba a finales de 2011. Terminé la maestría con un promedio de 92. No pude conocer Nueva York porque no tuve el dinero ni el tiempo para hacerlo, pero al menos salí del país en septiembre y tuve un bendecido viaje. Sí he sonreído a la gente y me he maravillado de que siempre recibí una sonrisa como respuesta. El hecho de estar con esta entrada da fe de que seguí escribiendo el blog y también tuve la oportunidad de conocer a personas que me manifestaron su entusiasmo con este proyecto y otros más me contaron que en momentos justos leyeron algo que necesitaban (gracias a Dios por eso). No escribí el libro que quería. No me deshice de las deudas de la manera que quería, voy saliendo, pero aún tengo algunas. No regresé a nadar. Lo que no hice son tareas pendientes para el siguiente ciclo. Espero que ahora sí tenga la entereza de cumplirlas. No obstante al hacer el balance del año, mientras me tomo un té de almendras acompañado de una rebanada de rosca vienesa, puedo decir que soy un hombre feliz. No tengo todo lo que quisiera, pero amo lo que tengo. No me siento completo aún, pero amo el desafío que representa el alcanzar mis metas. A veces he caído mal y hasta pesado he parecido porque soy muy directo cuando hablo. Pero trato de que mis palabras sean congruentes con mis actos. Hoy termino un año del blog. Doy gracias a quienes me leyeron y a quienes me siguieron. Nuestro Proyecto 2012 termina. Pero un nuevo proyecto se avecina 2013 es nuestro proyecto. Y como dice mi amigo Freddy: auuu!!!

domingo, 23 de diciembre de 2012

Día 92: Reir, enamorarse y vivir (Parte 2)

Las fechas de fin de año generalmente son asumidas por las personas de diferentes formas. Algunos, los que somos creyentes, tendemos a darle una visión muy espiritual. Otros, los que no son tan religiosos, lo ven como un pretexto para renovar lazos o para compartir con los amigos y la familia. De cualquier manera hay un ambiente en el que la gente se quiere ver, quiere hablar, tiene ganas de desearle buenas cosas a sus semejantes. Eso me hizo pensar en lo que fue publicado en la revista dominical de un periódico guatemalteco, una frase atribuida al editor Hamilton Wrigth Mabi “bendita sea la fecha que une a todo el mundo en una conspiración de amor”. Y es que casi todos buscamos la finalización del ciclo del año para decirles a los que amamos cuán importantes son para nosotros. Desafortunadamente el consumismo ha hecho que una gran mayoría se dedique a gastar desenfrenadamente y a deprimirse o a emborracharse. Lo mejor de esta época es justamente reencontrarse. Hay varios amigos míos que durante estas fechas se van a los Estados Unidos para reencontrarse con sus familiares y muchos otros vuelven a sus pueblos en el interior para pasar en la paz de sus hogares las fiestas. Lo cierto del caso es que estas situaciones nos dejan darle sentido a la vida y a lo que verdaderamente vale. Es cierto que las cosas bonitas (como la moda o los vehículos) son hermosas pero con creces son superados por los momentos memorables. La vida es una colección de momentos entrañables. En mi entrada anterior decía que Reír y enamorarse eran requisitos indispensables para que la vida tuviera sentido, pero también lo es el hecho de vivir. Pareciera raro hablar de eso porque se presupone (en el sentido frío de la palabra) que por el hecho de estar en este mundo y respirar ya estamos viviendo, pero eso es parcialmente cierto, si se ve desde una perspectiva más amplia porque vivir no solo es respirar, es también compartir esa respiración con los nuestros, es atreverse a hacer lo que queremos hacer sin dañarnos ni dañar a otros, es regalar las flores que desde hace tiempo deseamos dar, es cantar en la calle sin temor a que se nos queden viendo, es ver el amanecer y tomar de la mano a la persona amada, es sacarle una carcajada a nuestra madre, o una afectuosa mirada a nuestro padre. Vivir es abrazar a la gente que es importante en tu vida, es llorar cuando se tienen ganas y vaciar el alma. Vivir es la suma de las risas inocentes y el amor expresado en tu vida. Para llegar a ser plenos no podemos dejar escapar los momentos pequeños con los que amamos. SI nuestra vida se convierte en un cofre lleno de hermosos recuerdos, en los momentos más difíciles podemos recurrir a ellos para encontrar fortaleza. No se trata solo de respirar, se trata de que cada momento sea espectacular. No sabemos cuántos momentos tendremos disponibles en nuestras vidas, por eso es tan importante exprimirlos al máximo. En esta penúltima entrada de mi blog te invito a reír, a enamorarte, a vivir la vida, y no morirla. Y como dice mi amigo Freddy: auuuu!!!

martes, 18 de diciembre de 2012

Día 91: Reír, Enamorarse y Vivir (penúltimo paso -1-)

Dentro de su vasta obra, el poeta guatemalteco Otto René Castillo escribió el poema “Solo queremos ser humanos”, quizá el más recordado después del celebrado “Vámonos Patria a caminar”. Luego, Fernando López lo musicalizó y creó una de las canciones más hermosas que he escuchado en la vida. La parte final del poema de Castillo inspira el penúltimo de los pasos que considero necesarios para alcanzar la plenitud. La última estrofa del poema reza: “…aquí solo queremos ser humanos,/ comer, reír, enamorarse, vivir/ vivir la vida, no morirla…”. En cada día es importante por lo menos reír una vez en la jornada. De hecho leí hace poco que en la Universidad de Stanford hicieron un estudio del que se desprende que las personas que ríen mucho tienen altas probabilidades de no desarrollar afecciones cardíacas. Si agregamos que se ejercitan la mayor cantidad de músculos faciales lo que consecuentemente desacelera el proceso de expresiones por la edad. Tenemos suficientes razones médicas para reír. Dejando por un lado esas situaciones tan frías, el hecho de reír sueltamente es tan liberador y te hace sentir tan bien. Además de que contagiás a los demás. Cuando nos reímos dejamos que el resto de los seres que están alrededor nuestro conozcan lo mejor de nosotros. Esa es una de las partes más fundamentales. Incluso, recuerdo que cuando yo era niño, todavía muchos velatorios de difuntos se hacían en las casas, y era costumbre que en la noche previa al funeral, los hombres que acudían al velorio jugaban cartas y luego contaban chistes, y sacaban la risa incluso de los deudos. En los momentos en los que hay mucha tensión, he aprendido que hacer una broma a tiempo es mucho mejor que un discurso motivacional de mil palabras. Reírse de uno mismo es sin duda alguna la mejor medicina contra la vergüenza y desasosiego. Otra de las razones que hacen que valga la pena vivir es enamorarse. En mi vida he tenido la suerte de hacerlo 3 veces. De manera profunda. Cada relación en su tiempo ha sido espectacular. Cada una ha terminado por razones diversas. Pero el hecho de saber que amé y fui amado, me dan la certeza de poder decir con total autoridad “eso ha hecho que valga la pena vivir”. El 8 de enero de 2012, terminé de leer el libro “El Prisionero del Cielo” de Carlos Ruiz Zafón, y recuerdo que lloré de emoción al leer el último párrafo del libro. De hecho, tengo la costumbre de subrayar mis libros o de hacerles anotaciones y en ese lugar escribí la fecha (por eso puedo decirla con exactitud) y escribí al margen la palabra “hermoso”.  En el libro, uno de los personajes principales y más pintorescos se casa con la mujer de sus sueños, y entonces el narrador dice lo siguiente “Al ver aquel día a mi amigo besar a la mujer que quería se me ocurrió pensar que aquel momento, aquel instante robado al tiempo y a Dios, valía todos los días de miseria que nos habían conducido hasta allí y otros tantos que seguro que nos esperaban al salir de regreso a la vida, y que todo cuanto era decente y limpio y puro en este mundo y todo por lo que merecía la pena seguir respirando estaba en aquellos labios, en aquellas manos y en la mirada de aquellos dos afortunados que, supe, estarían juntos hasta el final de sus vidas” Esa creo que es la mejor y más hermosa descripción del enamoramiento que he leído. Y la razón por la que me conmueve tanto es porque me hace recordar el beso que marcó mi existencia y viví hace ya 10 años. Es uno de esos momentos que quedan grabados en la memoria y que persisten al paso del tiempo y que cada vez que pasa por tu mente te saca una sonrisa. Además, estar enamorado es científicamente saludable porque genera secreciones que estimulan el sentirse pleno. Hay muchas personas que por diversos y respetables motivos no sonríen ni se enamoran. Hay quienes tienen amargura. Pero eso les hace perder el tiempo. Pasar un día sin sonreír o pasar una vida sin haberse enamorado al menos una vez es el equivalente a usar un cubierto de plata para cavar un hoyo en la tierra (¡simplemente no tiene sentido!). En la siguiente entrada seguiré con este tema. El penúltimo de los 11 pasos de la felicidad y la plenitud. Tengo que escribir pronto porque el 25 de diciembre cumplo 1 año de este blog y termino el proyecto (al menos en su forma actual). Mientras tanto, como dice mi amigo Freddy: auuuu!!!!

lunes, 10 de diciembre de 2012

Día 90: No perder la capacidad de Asombrarme (2)

Los acertijos y los problemas me llaman mucho la atención aunque no soy precisamente una autoridad en eso ni mucho menos. Hoy, un compañero de trabajo se acercó a mi oficina y dibujó en la pizarra que tengo un problema que me pareció interesante. No es la primera vez que Alberto hace eso, pero este problema particularmente da la apariencia de ser muy sencillo, como las cosas más complejas, y aunque pasé algún tiempo tratando de resolverlo, no lo logré. Lo dejé ahí, tarde o temprano tendré que resolverlo, y si me desespero tendré que pedirle a Alberto que me enseñe la solución. Eso sucede en mi caso, esos juegos intelectuales son los que más me asombran y cuando finalmente encuentro la solución o me la dicen puede suceder que me ría tanto por lo fácil del asunto o me enoje conmigo mismo por no ser tan “lógico”. Creo que mientras siga viviendo (y espero que sean muchos años) habrá muchas situaciones como estas que me asombrarán. Cuando digo que para mantener un paso firme hacia la felicidad no hay que perder la capacidad de asombro quiero decir con otras palabras, mantener el niño que está dentro de nosotros. Recuerdo que hace muchos años vi la película “mi encuentro conmigo mismo” protagonizada por Bruce Willis, donde él se encuentra con su yo niño y pasa muchas aventuras con él porque en su adultez había tratado de olvidar el muchacho que fue y las limitaciones que tuvo. Al principio lo trató mal, pero conforme va transcurriendo la película llega a aceptarlo y a amarlo. De pronto, cuando se da eso, desaparece el niño, y finalmente logra aceptarse él mismo con su pasado, su presente y la posibilidad de su futuro. No perder esa capacidad de asombro es reconocer que no sabemos todo, que la vida y el mundo tienen muchas cosas qué darnos. Recuerdo que uno de los poemas que más me gustan de Marlon Francisco López lleva dentro de sus estrofas los siguientes versos: “adéntrate/ porque en tierra firme/ aún hay mucho por descubrir…” Estoy seguro que cualquier adulto que considere que ya no tiene nada qué aprender o que ya no encontrará nada que le asombre, es alguien que sin duda está respirando, pero seguro no está viviendo, porque la posibilidad de encontrar retos, nuevas formas de ver las cosas o de sorprenderse simplemente, le dan un maravilloso toque a la vida. En el caso del personaje de Bruce Willis en la película que mencioné, él era un exitoso empresario de la imagen que tenía todo a su favor: una excelente carrera, una intachable reputación, propiedades y tranquilidad, pero en el fondo no tenía plenitud a pesar de todo eso, porque había ocultado su pasado, porque se avergonzaba de sus orígenes. Pero al encontrarse cara a cara con quien fue, logró ver el mundo con los ojos de un niño, con inocencia, a veces con temor infundado, y otras con alegría ilógica. Pudo por un momento no tomarse tan en serio a sí mismo y pudo sentir el sabor de la vida como no lo había hecho antes. No digo que todo el tiempo debemos comportarnos como niños o que debemos ser ingenuos de por vida. Pero si afirmo que no siempre debemos ser serios o cuadrados. La vida ofrece tantas figuras geométricas que es un desperdicio quedarse dentro del cuadrado. Quizá hace mucho que no experimentamos la sensación que un paisaje da, o bien somos tan intelectuales que nos lo creemos. Hagamos la prueba de dejar un problema en la pizarra y pensemos en él. No tiene nada de malo no saber algo. Al contrario, es una oportunidad tremenda de aprender y de sorprender a otros. No dejés que la formalidad te robe momentos mágicos. La vida es corta, y al final de cuentas lo que más se atesora son los buenos momentos. Date un chance y reviví la capacidad de asombrarte como un niño. Sin duda tus ojos te enseñarán a ver desde otra perspectiva. Y como dice mi amigo Freddy: Auuuu!!!

viernes, 30 de noviembre de 2012

Día 89: No perder la capacidad de asombrarme (1)

En julio de este año leí el libro sobre el Enigma de Fermat e incluso dediqué un par de entradas a lo que descubrí por medio de esa lectura. Lo maravilloso del asunto es que siempre he sido una persona que le huye a los números porque definitivamente creo que no esa inteligencia (la numérica) no es la mejor desarrollada en mí. No obstante, con cada uno de los problemas que fui entendiendo en ese libro sentí la misma sensación que tenía cuando leí el primer libro completo de mi vida: “El Hombre que Calculaba”. Siendo un niño leí esa historia, la cual, casualmente está centrada en los números también. Conforme iba leyendo esa poesía convertida en números mi infancia fue descubriendo maravillas ocultas en el mundo fascinante de la aritmética, el algebra y el cálculo. Ahora que tengo 38, el enigma de Fermat y los demás problemas que lo antecedieron, me regalaron ese sentimiento que uno tiene cuando descubre cosas nuevas. Cuando uno entiende cosas que antes le eran desconocidas. Cuando uno se asombra. En el camino a la plenitud el paso 9 es justamente ese: No perder la capacidad de asombro. Porque cuando nos enfocamos en que somos personas serias y que todo lo conocemos o dominamos, nos perdemos esa chispa que se encuentra en un sentimiento tan primitivo pero tan gratificante a la vez: el asombro. Cuando niños si aprendíamos una nueva palabra o lográbamos resolver una suma nos sorprendíamos y esos instantes nos daban la sensación de que éramos súper héroes. Después cuando fuimos creciendo, adquirimos “madurez” y se nos fue olvidando esa capacidad de ver las cosas como niños. No digo que debamos comportarnos inmaduramente, sino que deberíamos de ver el mundo con esa inocencia de los infantes y ver que todas las cosas que suceden y que nos rodean son un milagro. EL hecho de amanecer y respirar es para sorprenderse porque cada día mueren decenas de miles de personas en el mundo. Recuerdo que cuando era niño y subí por primera vez al teleférico me sorprendí al ver desde arriba el lago de Amatitlán. Cuando tuve 24 años y me subí por primera vez a un avión la visión fue sobre las nubes y fue emocionante ver el cielo. Incluso ahora, cada vez que subo a un avión, me emociono de ver las nubes. Siempre pido un asiento de ventana, porque me gusta ir observando las maravillas que desde acá abajo no se ven. Ahora que vivo solo, ya no tengo a Verdell conmigo y solo lo veo los fines de semana que voy a la casa de mis papás. Pero el abrazar a mi perrito, acariciarlo y ver el lazo que tenemos no solo me conmueve, sino que me sorprende porque se ve en él la misma felicidad que tengo cuando lo veo. Cuando abro un nuevo libro y me atrapa, se encanta encontrar giros que no me imaginaba en las narraciones o ideas sublimes en los poemas. Estoy seguro que el no haber abandonado (aunque sea en una pizca) la capacidad de asombrarme, me ha permitido tener momentos agradabilísimos y aprender mucho. No solo es importante ser agradecido o planificar, tener mucha fe o perdonar, es necesario tener ojos de niño para que este mundo maravilloso se aprecie en su verdadera hermosura. Y como dice mi amigo Freddy: auuu!!!

viernes, 23 de noviembre de 2012

Día 88: Cena de Acción de Gracias

Ayer fue día de acción de gracias en los Estados Unidos, y aunque parezca malinchista, a mí me gusta esa celebración porque creo que el dar gracias siempre es bueno, y tener una celebración específica me parece buena idea. Por esa razón desde hace algunos años organizo una cena en la que invito a personas a las que deseo darles muestras de agradecimiento. Ayer no fue la excepción y nos reunimos en la casa de mi amigo Herbert, quien gentilmente me presta su espacio cuando somos un grupo grande ya que en mi departamento cuando somos 5 personas ya parecemos una multitud. Y ayer éramos 12. La cena la hago al estilo “tortrix” porque como no me gusta el pavo, hago pollos y ayer mi madre me ayudó haciéndolos horneados con salsa de cerveza. Acompañe con mi tradicional ensalada de 3 tipos de lechuga, con semillas de marañón, ajonjolí, gajos de mandarina en almíbar y kiwis, con aderezo de limón, miel y salsa soya. Y para rematar un puré, que para ser francos, fue lo único que no estuvo bueno. Edgar y Manolo llevaron una botella de vino cada uno. Jorgito llevó las baguettes y Marvin se lució con el pastel que llevó. Ya casi al final llegó Miguel con unas galletas de mantequilla, espectaculares. Y durante la cena hablamos de muchas cosas. Hubo una ronda en la que todos compartieron cómo fue que me conocieron. Y fue divertido hacer memoria de eso. Con el único que no logramos construir cómo nos conocimos fue con Jorgito con quien tenemos más de 15 años de ser amigos. Estuvimos haciendo bromas y chistes. Nos tomamos las respectivas fotografías para subirlas al Facebook. Estuvo presente mi hermana Helen, quien durante los últimos 2 años se ha acercado más a mí. En general, pasamos una velada muy bonita y sana. Solo faltó Jaime y fue una gran ausencia, no solo por el peso físico sino por el peso moral y de diversión que representa, pero espero que el próximo año esté.  Ya casi al final de la cena, Miguel propuso que todos habláramos sobre las cosas por las cuáles debíamos dar gracias. Hicimos una ronda y cada uno dijo cosas distintas. Lo hermoso del caso fue que cuando cada uno habló, se notaba que sí estaban seguros de que la vida, a pesar de ser difícil en muchas ocasiones, nos da motivos para estar agradecidos. Desde el hecho mismo de despertarnos hasta el contar con la familia, pasando por los amigos, la comida, el trabajo,  y la salud. Fue una de esas ocasiones que vale la pena guardar entrañablemente en el corazón. En algún momento leí un artículo que salió publicado en uno de los periódicos del país donde se veía un extracto de un discurso pronunciado por Steve Jobs en la Universidad de Stanford en 2005. En él, Jobs aconsejaba a los jóvenes a no ser otros sino ellos mismos porque la vida es muy corta como para desperdiciarla en tratar de ser lo que los demás quieren de nosotros. También les contaba cómo había sido diagnosticado con cáncer pancreático y que de pronto la certeza intelectual de la muerte se había convertido en una certeza material. Ese hecho le cambió la perspectiva en muchos aspectos y tuvo oportunidad de revalorar lo que tenía y hacía. En la noche de acción de gracias, los estadounidenses recuerdan lo agradecidos que los colonos estaban con el Creador por no haberlos dejado perecer en su travesía del viejo continente a América y con los nativos que habían compartido sus provisiones y conocimientos de agricultura con ellos. Yo he tomado como pretexto esa celebración para decirles a algunas personas “gracias” por ser parte de mi historia y por regalarme tiempo. Hay otras ocasiones en las que me reúno con otras más y es la ocasión de hacerlo. La vida es muy corta. Tengo 38 años, casi 39. Y no puedo dejar pasar los días y los años sin agradecerles a quienes son importantes para mí. Es por eso que con esta entrada TE DOY GRACIAS A VOS QUE LEES MI BLOG, porque con el tiempo que invertís en leerme, me das la certeza de que estoy haciendo algo que vale la pena, y porque aunque posiblemente no nos conocemos, compartimos ideas y la condición maravillosa de ser humanos. Un abrazo a la distancia. Y como dice mi amigo Freddy: auuuuu!!!!

domingo, 18 de noviembre de 2012

Día 87: Los recuerdos y el presente.

“Las personas felices recuerdan más momentos felices, y las deprimidas, los tristes. Estas últimas tienen tantas experiencias agradables como cualquier otra persona, lo único que apenas se acuerdan de ellas”. Yo tengo la costumbre de subrayar todos los libros que leo. Trato de resaltar las frases que me parecen impactantes o que tengo la sensación de que en algún momento de la vida me van a servir. Hoy estaba ojeando nuevamente el primer libro de Gretchen Rubin y en la página 137 encontré subrayado el párrafo con el que comencé esta entrada. Hacía una semana aproximadamente me había topado con esta misma lectura y me surgió la idea de dedicar un poco de tiempo a escribir sobre eso. Lo dejé un poco en salmuera. Hoy domingo 18 de noviembre fui a la iglesia y mi sorpresa fue que el Doctor Jorge H. López habló desde el púlpito sobre la importancia de los buenos recuerdos. En concordancia con lo dicho por Rubin, el doctor López sentenció que todos tenemos buenos y malos recuerdos y que los recuerdos producen sentimientos y esos sentimientos determinan la forma en la que actuamos, por esa razón es que cuando tenemos malos recuerdos actuamos empujados por la ira, la tristeza, el desánimo o la maldad, mientras que cuando tenemos buenos recuerdos hacemos cosas buenas y en consecuencia somos más felices. Finalmente, dijo una frase que me pareció una bomba: “si creemos que solo el pasado fue bueno y no somos felices con nuestro presente, nunca podremos ser felices realmente”. Eso fue muy fuerte pero al mismo tiempo veraz, porque si vivo atrapado en los recuerdos creyendo que solo lo pasado fue bueno y no valoro lo que tengo en la actualidad, nunca voy a estar completo porque seguramente siempre querré más. Como dijimos al inicio, los recuerdos felices hacen revivir buenos momentos, pero también debemos estar conscientes de que en el presente (como en el pasado) tenemos cosas por las cuales sentirnos verdaderamente agradecidos. Ayer por ejemplo, tuve un día corridísimo y fabuloso, luego de ir a estudiar a mis clases de inglés, asistí a la boda de unos amigos. Tanto a Alam como a Lisbeth los conocí por trabajo y me sorprendió recibir la invitación a su enlace matrimonial porque todavía los veo yo como unos jovencitos. En la mesa de la recepción coincidí con antiguos compañeros de trabajo y comenzamos a hablar de las experiencias agradables vividas y pasamos un momento alegrísimo. El convivir con ellos fue espectacular, el rememorar las cosas buenas que hacía años atrás habíamos compartido también fue genial. Luego de la recepción vespertina, me fui corriendo a encontrarme con mi mamá, mis hermanas y mis sobrinos porque juntos íbamos a observar el desfile navideño que organiza uno de los principales bancos de Guatemala. Tomé varias fotos, y mientras esperábamos que pasaran las carrozas y las bandas escolares, estuvimos platicando entre nosotros sobre el año pasado y sobre la época navideña de 2011. Pasamos un tiempo compartido espléndido. Cuando comenzó el desfile pasó la banda marcial del colegio en el que me gradué de secundaria (El colegio San Sebastián) y comenzaron a aflorar recuerdos de cuando fui adolescente y marchaba tan pulcramente con la lira o el tambor en la banda musical. Recordé esos buenos momentos de la juventud, pero el hecho de estar compartiendo ese instante con mi familia fue simplemente maravilloso. Ahora mismo, mientras escribo estas líneas (como seguramente lo hizo Adso de Melk al rememorar lo que vivió y se plasmó en la historia del Nombre de la Rosa), estoy disfrutando lo que pasó ayer, pero estoy convencido de que tener el chance de estar frente a mi laptop, beber la naranjada que tengo a mi lado y releer la entrada me dan un instante de felicidad que no cambiaría por nada, porque lo que ayer pasó es un hermoso recuerdo (nada más) solo tengo mi ahora mismo, y en verdad es sensacional. Y como dice mi amigo Freddy: auuuu!