Copyright


El contenido de este blog está protegido por los derechos de autor de
acuerdo a la legislación y costumbre internacional aplicable. Podrá utilizarse
el contenido siempre que se cite la fuente.


viernes, 30 de noviembre de 2012

Día 89: No perder la capacidad de asombrarme (1)

En julio de este año leí el libro sobre el Enigma de Fermat e incluso dediqué un par de entradas a lo que descubrí por medio de esa lectura. Lo maravilloso del asunto es que siempre he sido una persona que le huye a los números porque definitivamente creo que no esa inteligencia (la numérica) no es la mejor desarrollada en mí. No obstante, con cada uno de los problemas que fui entendiendo en ese libro sentí la misma sensación que tenía cuando leí el primer libro completo de mi vida: “El Hombre que Calculaba”. Siendo un niño leí esa historia, la cual, casualmente está centrada en los números también. Conforme iba leyendo esa poesía convertida en números mi infancia fue descubriendo maravillas ocultas en el mundo fascinante de la aritmética, el algebra y el cálculo. Ahora que tengo 38, el enigma de Fermat y los demás problemas que lo antecedieron, me regalaron ese sentimiento que uno tiene cuando descubre cosas nuevas. Cuando uno entiende cosas que antes le eran desconocidas. Cuando uno se asombra. En el camino a la plenitud el paso 9 es justamente ese: No perder la capacidad de asombro. Porque cuando nos enfocamos en que somos personas serias y que todo lo conocemos o dominamos, nos perdemos esa chispa que se encuentra en un sentimiento tan primitivo pero tan gratificante a la vez: el asombro. Cuando niños si aprendíamos una nueva palabra o lográbamos resolver una suma nos sorprendíamos y esos instantes nos daban la sensación de que éramos súper héroes. Después cuando fuimos creciendo, adquirimos “madurez” y se nos fue olvidando esa capacidad de ver las cosas como niños. No digo que debamos comportarnos inmaduramente, sino que deberíamos de ver el mundo con esa inocencia de los infantes y ver que todas las cosas que suceden y que nos rodean son un milagro. EL hecho de amanecer y respirar es para sorprenderse porque cada día mueren decenas de miles de personas en el mundo. Recuerdo que cuando era niño y subí por primera vez al teleférico me sorprendí al ver desde arriba el lago de Amatitlán. Cuando tuve 24 años y me subí por primera vez a un avión la visión fue sobre las nubes y fue emocionante ver el cielo. Incluso ahora, cada vez que subo a un avión, me emociono de ver las nubes. Siempre pido un asiento de ventana, porque me gusta ir observando las maravillas que desde acá abajo no se ven. Ahora que vivo solo, ya no tengo a Verdell conmigo y solo lo veo los fines de semana que voy a la casa de mis papás. Pero el abrazar a mi perrito, acariciarlo y ver el lazo que tenemos no solo me conmueve, sino que me sorprende porque se ve en él la misma felicidad que tengo cuando lo veo. Cuando abro un nuevo libro y me atrapa, se encanta encontrar giros que no me imaginaba en las narraciones o ideas sublimes en los poemas. Estoy seguro que el no haber abandonado (aunque sea en una pizca) la capacidad de asombrarme, me ha permitido tener momentos agradabilísimos y aprender mucho. No solo es importante ser agradecido o planificar, tener mucha fe o perdonar, es necesario tener ojos de niño para que este mundo maravilloso se aprecie en su verdadera hermosura. Y como dice mi amigo Freddy: auuu!!!

1 comentario:

  1. En esta vida hay mucho por descubrir.... y mucho por aprender ¿....? :)

    ResponderEliminar