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viernes, 17 de agosto de 2012

Día 67: Nuestros oponentes merecen respeto.

Hoy he terminado de leer el libro de Simon Singh “El enigma de Fermat” en que se da una paseo apasionante por la historia de las matemáticas hasta la resolución del último teorema de Fermat por el inglés Andrew Willes a finales del siglo XX. Es una lectura amena y entendible para quienes como yo, no cuentan a las matemáticas como su fuerte. Todas las historias de los diferentes matemáticos que cita Singh apasionan. Sin embargo a mí me dejó admirado una anécdota del matemático suizo Leonhard Euler. Se cuenta que él  fue protegido de la Zarina Catalina La Grande, y que por aquel tiempo también formaba parte de la corte rusa el filósofo francés Denis Diderot, quien era ateo y se había encargado de convertir a varios rusos a su creencia. La zarina, quien era una devota ortodoxa, no estaba muy conforme con eso y además consideraba que Euler podía resolver cualquier problema. En vista de eso  ella le solicitó que ideara una forma de contrarrestar la influencia del filósofo francés en la corte rusa. Durante mucho tiempo el matemático pasó ideando la forma en la que podría rebatir la postura de Diderot. Finalmente anunció que había descubierto una prueba algebraica sobre la existencia de Dios. Al enterarse de eso, Catalina La Grande citó a ambos intelectuales a un debate público. En presencia de todos los cortesanos Euler enfrentó a Diderot y se cuenta que le dijo: “Estimado señor, a + b a la N potencia dividido N es igual a X, y por lo tanto Dios existe; ¡refútelo!” Al escuchar aquello, Diderot, quien no era diestro en álgebra enmudeció y humillado dejó la corte y Rusia. Este pasaje histórico me pareció espectacular. Estoy seguro de que Euler no pretendía en serio demostrar que Dios existe con esa fórmula matemática, sin embargo su sagacidad para enfrentar al filósofo francés me parece brillante. Hago referencia a este pasaje que me gustó mucho del libro porque justamente ayer en la tarde-noche tuve dos conversaciones por Facebook con 2 personas distintas en las que debatíamos a cerca de Dios y su amor. Ya en el paso 5 de la ruta que me tracé para lograr la felicidad y la plenitud comenté que en la vida es indispensable “tener una fe que te sustente”. Esa fe se funda en la existencia de la divinidad (por un lado) y en la creencia que tenés en vos mismo y tus capacidades. En las conversaciones que teníamos con estos amigos virtuales divergimos en varios puntos pero llegamos a concluir que una cosa sí es cierta y nos sustenta: Dios es amor. El poder decir eso, quiere decir que ambos creemos en Él, solo que nuestros puntos de vista quizá son diferentes. La idea de la unidad en la diversidad me parece especialmente aplicable en lo que a asuntos de fe se refiere. Pero no solo eso, creo que cuando se abordan puntos de vista distintos, sea del tema que fuere, es necesario mostrar respeto por otros y por sus ideas. Porque cada quien habla de sus experiencias y de los conceptos que hay en su mente, y son tan respetables como las nuestras. El respetar no significa necesariamente compartir la idea, pero sí evitar la confrontación. En el debate de Euler y Diderot, estoy seguro de que este último, con gran soberbia, tenía plena confianza en su propio razonamiento y creía que humillaría al matemático suizo. Sin embargo, Euler, de una manera elegante y contra todo pronóstico racional, ganó el debate sin faltar al respeto a Diderot. Cuando se tienen puntos de vista diferentes no es el que grita más fuerte el que tiene la razón. Generalmente el más prudente, el silencioso es el que la tiene. Pero no solo eso. La convivencia pacífica exige que se respete a los otros, incluso cuando ellos no respetan nuestro punto de vista.  No sé si en nuestras conversaciones logremos encontrar una prueba de la existencia de Dios como lo hizo Euler. Para mí eso no es necesario porque mi fe es suficiente a pesar de que la debatan. Pero lo que si aprendo de aquel episodio y creo que deberíamos tener en cuenta es esto: todo ser humano merece respeto en sus opiniones, y por lo tanto, de un trato decoroso. Cuando hay que callar a un patán no se hace con gritos con sus mismas estrategias, sino siempre con la razón y elegantemente. El buen hablar y el buen callar acompañan al hombre y la mujer de valía. Y como dice mi amigo Freddy: Auuuu!!!!

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