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domingo, 1 de julio de 2012

Día 61: La verdad siempre es el mejor camino.

No hay nada oculto bajo el sol, dice el libro de Eclesiastés. Y he comprobado en esta semana que así es. De manera abusiva hice unas copias en mi trabajo y no lo notifiqué a mis jefes. Casualmente en la auditoría que semanalmente hacen de las copias llamó la atención que hubieran 15 copias que no correspondían a la marcha real de mis labores. Mi jefe me envió un correo electrónico preguntando qué eran esas impresiones que salían en el reporte. Tuve dos opciones antes de responder: a. mandar una respuesta cargada de mentiras y justificaciones o b. decir la verdad. Opté por esta segunda opción y presenté mis disculpas por el abuso. Cuento todo esto, porque seguramente me habría evitado lo duro de pedir disculpas si hubiera optado por el otro camino, pero estoy seguro de que si me hubiera ido por ahí, hubiera tenido que seguir mintiendo cuando hubiera otras cosas que se derivaran. Así sucede en la vida, cuando se presenta una mentira, para lograr sostenerla hay que mentir más y más. Desafortunadamente, el que miente llega a creerse su mentira y cuando queda al descubierto no solo tiene que enfrentar las consecuencias de su falta de veracidad sino que también la desconfianza. Hace casi 10 años un hombre sabio me dijo: “cuando pierden la confianza en vos, es difícil que se recupere. Y si se hace, tarda tiempo”. Haber respondido con mentiras a mi jefe habría supuesto que él perdiera la confianza en mí. No valía la pena. A mucha gente le parece algo tan natural decir “mentiras blancas” o ese tipo de situaciones con tal de evitar las consecuencias de sus actos. Si no tenemos las suficientes agallas de asumir lo que venga por las decisiones y acciones que tomamos, lo mejor es entonces no hacerlo. Porque cuando mentimos, hacemos que los otros nos vean con desconfianza. Nuestro nombre y nuestra palabra pierden peso. Nos volvemos personas no confiables. En la vida hay ocasiones en las que hay que tomar la decisión de decir la verdad o no. Y de lo que hacemos se desprende una cadena de consecuencias que nosotros mismos nos buscamos. No podemos echarle la responsabilidad de todo al resto de las personas. Al final de cuentas es indispensable que asumamos nuestra vida con nuestras propias fuerzas. Hace unas semanas estaba platicando con un amigo y llegamos a la conclusión de que generalmente las personas “luchan por sus derechos”, pero muy raras veces hablan de sus obligaciones. Exigir es fácil. Cumplir es complicado. Pero la autoridad moral para exigir surge del cumplimiento de las obligaciones. Si mentimos no tenemos la solvencia de pedir que sean sinceros con nosotros. Ya en otras entradas he afirmado que afianzar las relaciones con los demás contribuye a nuestra plenitud y felicidad. Si a las personas que amamos les mentimos, estas se enterarán de la verdad tarde o temprano, y no solo habremos perdido su confianza sino que además las habremos herido. Toda mentira, tarde o temprano se sabe, porque como dije al principio: no hay nada oculto bajo el sol. Y como dice mi amigo Freddy: auuu!!!!

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